viernes, 14 de febrero de 2003

Miss Universo y México Vestido de Mujer


                                      
                    (Afrodita)
                                              
Miss Universo y México Vestido de Mujer
Estatura 1.80 m. Medidas: 90.60.90
       (busto-cintura-cadera.)

Bueno, las medidas es parte de los atributos del prototipo de “la mujer más bella” que resultó triunfante en el certamen para Miss Universo Y eso, ¿quién lo instituyó? ¿De dónde quieren que saquemos en México esos ejemplares con alzada de yeguas inglesas?

Al menos que tengan nombre de virgen muy mexicana (Guadalupe) y apellido sajón (Jonnes) como la que salió triunfante hace algunos años, o, que de plano, no tengan nada que ver genéticamente con las razas prehispánicas de Mesomérica de las que descienden nuestras bellas mujeres mexicanas.

Y aún buscando esos monumentales y gigantescos

                    
cuerpos bien proporcionados, entre las caucásicas o sajonas residentes o nacionalizadas, aún así, esos ejemplares, son sumamente raros en nuestro país. Verdaderos “garbanzos de a libra”

Pero, qué mexicano sueña o piensa en esas enormes “barbis” que esconden los pies y que sin lugar a duda, serían muy exitosas en el deporte de baloncesto. Y no porque no tengan un tipo particular de belleza, si no porqué, como reza el dicho popular: “en gustos se rompen géneros”

Ninguno de esos bellos especimenes tiene cualidades o características físico anatómicas similares o parecidas a las de las mujeres de las siete tribus nahuatlacas procedentes de Aztlán que poblaron La Meseta de Anáhuac. Tampoco tienen similitud con las mayas u olmecas ni con las mestizas, que son las que predominan.

Pero, si te pones a recorrer el extenso y hermoso suelo de esta República, te vas a quedar boquiabierto. Y es que puedes convertirte en poeta cuando te topes con una guadalajareña o tepatitlense. O si vas por Acaponeta, ¡Que suspiros paisano! Y Sabinas, Coah. ¡Qué sabinenses! ¡Y en Durango! ¡Hermosillo! ¡Tuxtla Gutiérrez! ¡Veracruz! ¡Villahermosa! “Y qué pero” puedes ponerle a las yucatecas, son únicas ¿verdad? Y además no esconden los pies. ¡Los lucen!

Por eso no nos llama mucho la atención esos concursos internacionales “de belleza” y menos por las sandeces que obligan a decir a esas atractivas jovencitas.

¿Crees tú, lector, que la inigualable belleza de las modelos de Renoir, Rubens o Ticiano midieran 1.80 m.? ¿y satisficieran la fórmula 90-60-90? (que ¡quién sabe que hábil publicista inventó!). Son unas diosas ¿No es cierto? Y no son delgadas.

Relataré algo que muy pocos van a creer. Hace uno o dos años, dentro de una oficina bancaria, encontré a la mujer con la figura más perfecta que he visto durante mi larga vida, más un hermoso rostro de muñeca que no he podido olvidar ¿Su edad?, veinte o veintiuno años. Y lo que a muchos les parecerá increíble, es que su estatura (creo haber calculado bien) no sobrepasaba 1.45 m.

Con los ojos cerrados yo hubiera elegido para Miss Universo a esa hermosa mujercita.

¡Pudo haber sido yucateca!....A lo mejor.

Dzunum
 2004



lunes, 10 de febrero de 2003

Reencuentro Metropolitano 2003


Reencuentro Metropolitano
                  (2003)
El encuentro casual con un amigo de la infancia, después de cincuenta años de no verlo, me retornó al ajetreo de la descomunal metrópoli: ruidosa (sin la alegría del ruido carnavalesco y bullanguero), desordenada, contaminada y con una sobrepoblación, que desde muchos decenios atrás, rebasó la capacidad de los organismos de gobierno para el otorgamiento de los servicios más elementales que requiere una vida ciudadana digna.

El monstruo desforestó e invadió los municipios llamados ahora conurbados, lugares que antes de ese crecimiento brutal del ombligo de nuestra nación del mismo nombre, tuvieron el encanto, transparencia y tranquilidad de la provincia mexicana.

Las llamadas Delegaciones Políticas del Distrito Federal se colapsaron con los municipios de las entidades federativas vecinas, creando el caos urbano y vehicular y esparciendo en los reductos provincianos que aun existían: la polución, la inquietud, la angustia, la ansiedad, la intranquilidad y la deshumanización; contradictoriamente, sinónimos de progreso.

Constituimos (mi amigo aparecido y yo), verbalmente, una sociedad al cincuenta y cincuenta por ciento de participación en las ganancias de la venta de viviendas de equis compañía inmobiliaria, pero eso no cuenta en este relato. Lo importante es que reanudé una vida de jornada diaria de trabajo y retorné a la brega con todas mis habilidades de viejo metropolitano.

La experiencia de gran parte de mi vida como habitante de la urbe más grande y poblada del mundo, no me ayudó a reducir el desperdicio de cuatro horas entre ida y venida al sitio del nuevo trabajo.

Avecindado en el Estado de México, Municipio de Tlalnepantla, la ruta diaria a mis obligaciones laborales, fue la siguiente: a tres cuadras de mi domicilio se encuentra una avenida que lleva el nombre de un ex presidente ya fallecido, cuyos hechos históricos que se le atribuyen son: el haberse pagado durante su gobierno la deuda final para que la industria eléctrica se nacionalizara, sí, la misma que ahora se quiere entregar de nueva cuenta a los extranjeros y, como pésimo antecedente, el haber ordenado la muerte de un líder agrario y luchador social, quien fue masacrado con su esposa e hijos en un paraje del vecino Estado de Morelos.

¡Morelos!, nombre del insigne ”Siervo de la Nación”, figura valiente y limpia de nuestra historia, orgullo de este México (en cuya capital está naciendo esta ordinaria e intrascendente anécdota citadina) Pero, continuemos con la ruta hacia el lugar de mis nuevas actividades.

En esa avenida López Mateos, abordo un “microbús” y como no hay asientos vacantes --como de costumbre-- tengo que gastar mis energías viajando con el cuerpo rígido para evitar caerme, que tal parece ser la intención del conductor, al que no podría sustituir ni siquiera una bestia.

De la avenida López Mateos al anillo periférico, si hay suerte, el trayecto lleva cuarenta y cinco minutos. Esta vía (periférico) que me conducirá al basurero en que se encuentra convertido el paradero del “Metro Toreo” lleva el nombre de otro ex presidente, llamado por algunos “El Presidente Caballero” quien, por cierto, respetó la vida del líder agrario morelense a que hice ya referencia, e inclusive, le permitió --a él y sus seguidores-- conservar sus armas para legítima defensa contra los latifundistas.

Este personaje condujo la nación durante la conflagración de la segunda guerra mundial y fue portavoz de la declaración de guerra a los países del eje, posiblemente con cierta presión de nuestros eternos vecinos, que ya se habían involucrado en el conflicto bélico a raíz del bombardeo de la base naval de Pearl Harbor en las islas Hawai y, debido también --dicha declaración de guerra-- al hundimiento en el Golfo de México de los barcos petroleros nacionales: “Faja de Oro” y “Potrero del Llano”.

Pero volviendo a mi ruta, por fin, logro llegar a la estación del metro “Toreo” y después de un giro del rehilete, me dirijo a los andenes, con cierta desconfianza porque algún loco puede empujarme a las vías.

Las ventanas y mirillas de los carros, rayadas con buriles o puntas, hablan de primitivas venganzas sociales --mal dirigidas-- contra el gobierno; del desahogo de frustraciones juveniles de carácter familiar o escolar, o simplemente de desarreglos de la conducta, (como diría un psicólogo), de estos depredadores.

Solamente avanzo dos estaciones y bajo en la Estación Cuitláhuac, llamada así en recuerdo del penúltimo emperador azteca, quien asumió el poder a la muerte de Moctezuma II y combatió valientemente a Hernán Cortés, antes de que lo aniquilara la viruela, (regalo de España).

Camino hacia la avenida del mismo nombre y subo a un “microbús”, que aunque menos deteriorado que el que me condujo en el Estado de México, también es conducido como transporte de ganado.

Mi destino es la calle de Borodín, que por cierto en nada recuerda los escenarios de Las Bodas del Príncipe Igor, (hermosa ópera de ese compositor ruso). La avenida Cuitláhuac, de la que nunca se desvía el microbús que me está conduciendo, es continuación de la que inicia por el rumbo de Chapultepec con el nombre de Mariano Escobedo, ese ilustre patriota que combatió a los gringos durante la invasión de l846 a l848, destacado político y militar siempre aliado de las causas justas del pueblo mexicano.

¡Qué larga es esta calle! parece interminable y cuando llego a mi destino, ya cambió de nombre al de Alfredo Robles Domínguez, destacado arquitecto y luchador contra el régimen del usurpador y asesino Victoriano Huerta. Fue también diputado al Congreso de la Unión y candidato a la presidencia de la República, contendiendo como opositor de Álvaro Obregón. Pero no quiero competir con los cronistas de la ciudad y continuaré con mi insulso relato.

Mis ambiciones de corredor de bienes raíces, he de ser franco, se iban frustrando día a día. Escasez permanente de dinero, (un mal del mexicano desde su nacimiento hasta su muerte), la sobre valuación de los futuros departamentos en pre-venta, (departamentos que sólo existían en la ingenua imaginación de mi viejo amigo).

Para su precio, desde luego se veía que no habían tomado en cuenta el nivel tan modesto de la Col. Vallejo, donde se proyectaba su construcción.

Por encima de todo, había que dar un fuerte anticipo en efectivo, mismo que le serviría a la “empresa” para construir. En un plazo de tres meses el futuro e iluso propietario, tenía que conseguir un préstamo bancario o hipotecario ¿Cómo?, ¡Bueno!, supuestamente debía tener otra casa para hipotecarla o venderla.

Por cierto que esta palabra compuesta, de pre-venta, quiere decir que por un anticipo (fuerte) de dinero, le venden a usted, amable lector, algo que posiblemente nunca le entreguen y, además, vuelen con su dinero.

Después de tres meses de recorrer el trayecto -nada escénico ni recreativo- ya descrito en esta crónica urbanística, cansado de ver expresiones de incredulidad, renuncié definitivamente a esta actividad que resulta criminal porque requiere de incautos.

Nos enfilamos, mi “socio” y yo, sin rumbo fijo entre las calles con nombre de los más grandes músicos clásicos del mundo, que ignoro porqué escogieron la colonia Vallejo: Donizetti, Paganini, Schuman, Wagner, etc.etc.

Mi amigo en su disgusto y frustración por el tiempo perdido y cero ingresos obtenidos, echó la culpa al gobierno con palabras altisonantes y destilando bilis.

Si bien es cierto, pensé yo, que estamos padeciendo un pésimo gobierno, como ya es costumbre en mi país, y que la escasez de dinero, la miseria y el hambre crecen día a día, en este caso especial de las utópicas viviendas, poco tuvo que ver el gobierno, lo que me abstuve de comentar con mi deprimido compañero.

Tomamos juntos el “microbús” de regreso, en la Av. Robles Domínguez. Recorridas diez cuadras, mi amigo y yo, nos despedimos. Se bajó frente al teatro Virginia Fábregas y yo continué mi largo viaje a casa.

Por más que me devano los sesos, no encuentro qué experiencia pudo haberme aportado este inútil reencuentro metropolitano.

Tampoco entiendo porqué una avenida o calle del Distrito Federal deba tener tantos nombres, porque Robles Domínguez, después de cruzar la Calzada de Guadalupe, cambia nuevamente de nombre y se llama Noé, (que ya sabemos quién fue), le sigue Angel Albino Corzo –ilustre militar y político liberal chiapaneco- y finalmente Eje 3. La misma avenida con seis nombres. ¡Bueno!

                                                              Dzunum

domingo, 9 de febrero de 2003

Fedatario (Verguenza nacional)




     FEDATARIO
(Vergüenza Nacional)

Notarios Públicos
que dan fe de la
mentira ¿Y en quién vamos
a confiar?

En víspera de las elecciones para presidente de la república y representantes del Congreso de la Unión, llegamos a la culta y hermosa capital del Estado de Guanajuato. La misión o mejor dicho comisión: vigilar las casillas electorales que correspondiera por parte del entonces invencible partido dictatorial. Esto fue por 1964.

Se nos dotó de una carta (en copia fotostática) en la que nos nombraban representantes del candidato presidencial, con apoyo en el ordenamiento respectivo de la Ley Federal Electoral, calzada con la firma del futuro genocida, “para vigilar la legalidad en la votación o sufragio”.

La designación de los tres comisionados que participamos, la hizo precisamente un candidato a diputado por no sé qué distrito electoral del Estado de Guanajuato, que incluía una amplia zona rural. El contendiente y seguro ganador de la diputación, quien fungía como jefe de departamento en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, era, a la sazón, mi propio jefe o superior jerárquico como ahora se le denomina.

Hijo de un ex secretario particular del único Presidente posrevolucionario que ha hecho historia en México, ex gobernador también de aquella entidad y en esos días Embajador en Venezuela, nuestro joven candidato a diputado quien se encontraba en la plenitud de su vida, daba inicio a su carrera política y no dejaba de ser lamentable que, teniendo antecedentes de honesto burócrata, además de capacidad y carisma, ya estuviera contaminado por el sistema político antidemocrático y corrupto que ha regido a la nación desde que nacimos los ya viejos.

Reunidos en un cuarto de hotel organizamos el plan para el siguiente día, el de la elección. Partimos temprano con un vehículo “jeep” y un par de soldados armados y nos dimos a la tarea de recorrer las casillas del distrito electoral.

La actitud prepotente de mis compañeros al presentarse en las casillas instaladas en zonas de simpatizantes de la oposición, se topaba con el valor cívico y la firmeza de los funcionarios de casilla; entonces plegábamos nuestra carta de identificación y continuaba nuestro itinerario. Cuando nos topamos con la humildad, ignorancia y temor de unos pobres campesinos a cargo de la casilla instalada en un ejido llamado “Trojes de Rincón” donde la oposición había tenido mayoría, Ricardo, envalentonado ante la debilidad de los servidores públicos, con los soldados en actitud ofensiva y bajo un torrencial aguacero, robó las urnas.

Mi actitud de coraje ante el abuso contra la debilidad de aquellos buenos ciudadanos era manifiesta y aunque guardaba silencio, estoy seguro que el licenciado interpretó mis pensamientos cuando volvimos a reunirnos, según lo capté en su mirada. Mientras tanto sonaban las risas burlonas de las ratas serviles (eran dos) que enarbolando las urnas robadas gritaban: ¡mire licenciado, son de Trojes de Rincón!

El candidato no hizo comentario alguno, entreviéndose en él cierto dejo de conciencia.

Las urnas del distrito electoral fueron concentradas en una oficina notarial de San Felipe Torres Mochas. Lo más sucio, faltaba. A las once de la noche llegamos sigilosamente con el licenciado a la notaría. El portón se abrió y asomó el notario público sonriente y cordial; ¡hola Luis, pasen ustedes! Nos instalamos en una acogedora sala con fuego en la chimenea, el notario señaló las urnas electorales estibadas y al mismo tiempo trajo dos paquetes con boletas nuevas y hubo que cruzarlas a favor del partido invencible e introducirlas a las urnas que el Notario (al fin y al cabo “fedatario”, ante cuyo testimonio nadie puede oponerse y cuya “honestidad” no puede ponerse en tela de duda), tenía en custodia.

Al ver mi expresión de disgusto que no pude ocultar, dijo el candidato: ¿verdad que no puede haber democracia en México?, yo le contesté con una encogida de hombros; (¡para qué quería mi respuesta si él la conocía!.. pensé).

Pasados unos momentos le dije: “limpiamente licenciado usted tenía ganada la elección con un setenta por ciento de los votos, según pude auscultar en las casillas del distrito. No era necesario robar urnas o agregar boletas” El contestó que se requería un margen del noventa por ciento para poder humillar al partido opositor. ¿Para que?, no me lo explicaba entonces, ni me lo explico ahora.

Desviando la plática me pidió que vigilara el buen servicio en el agasajo que se organizó para celebrar el triunfo electoral de él, del PRI y del aborigen de Chalchicomula y ¡claro! la derrota del PAN con un “ilustre desconocido” de nombre José González Torres como candidato hipotético a la Presidencia de la República.

Acto seguido, el ya diputado electo, me dio el dinero que obtuvo con la venta de su automóvil Mercedes, para que nada faltara en el convite. En ese tiempo la vaca del IFE no daba tanta leche

Después de departir un rato cordial con el gobernador Torres Landa y Don Luís I. Rodríguez y Rodríguez en el estupendo banquete, a una señal del ya amarrado diputado, me marché con el amargo sabor de haber intervenido en oprobiosa tarea.

Al recordar esos días, no puedo menos que sorprenderme viendo en la actualidad, el repudio del pueblo a la misma oposición que fue vejada y defraudada en aquel tiempo y que ahora está en el poder.

Este relato es un testimonio histórico.

Dzunum
 2003



viernes, 24 de enero de 2003

Añoranza de Baja California,


                                                          Cervecería de Mexicali
Añoranza de Baja California
   Digna Región de México
                   (Anécdota)
Repasando recuerdos, vinieron a la mente los pormenores de una excursión breve que como despedida de la Baja California hice --acompañado de un entrañable amigo-- a partir del Cerro del Centinela de la ciudad capital de Mexicali.

Francamente un calor de 48 grados centígrados no es fácilmente soportable y menos subiendo cerros. Sin embargo la curiosidad nos dio fortaleza y escalamos como último esfuerzo los cinco metros casi en línea vertical del pequeño cantil, hasta alcanzar la entrada de una pequeña cueva en la que, buscando tesoros, solamente encontramos el cadáver de un coyote momificado. Como pudimos, bajamos a suelo firme y a punto de desfallecer por el intenso calor, apenas logramos entrar a la vieja camioneta y accionar el aire acondicionado que nos volvió a la vida.
Se cuenta en Mexicali que algunos revolucionarios de la División del Norte, enterraron en ese cerro una buena suma en oro acuñado y los que por ahí llegan a pasar, no se van sin antes dar una explorada al paraje. Naturalmente Francisco y yo no podíamos ser la excepción.
Prosiguiendo nuestro camino, nos enfilamos rumbo a la tranquila y risueña población de Tecate, que visitamos sólo por un rato para dirigirnos, ahora, hacia la súper internacional, aventurera y muy querida ciudad de Tijuana. Esta gran puerta de México hacia la enorme nación del norte, la cuestiona negativamente gran parte de mexicanos que se dejan llevar por lo que oyen y, ni siquiera han estado allá.
Tijuana es acogedora. La hospitalidad y desparpajo de su gente nos hace sentir en casa. Esta gran ciudad, que ya sobrepasaba en los tiempos de que estoy hablando, el millón de habitantes sin contar la población flotante, está enclavada exactamente en la línea fronteriza con EE.UU. sobre la costa noroeste de la península de la Baja California, constituyendo uno de los municipios del que fuera en otro tiempo llamado el “Estado 29” que en 1953 dejó de ser territorio federal, estrenándose en la gubernatura del Estado Libre y Soberano de Baja California Norte, el Lic. Braulio Maldonado Sández.
En estas tierras sí que se sabe de nacionalismo y estos mexicanos lo ostentan dignamente contra lo que se cree en el centro de nuestra República, donde se piensa que nuestros paisanos de la frontera viven con las costumbres gringas. No, ellos son precisamente un valladar gracias al cual no nos hemos convertido en algo así como portorriqueños (o puertorriqueños), como quisieran los mal nacidos que tanto daño hacen a México.
En aquellos días me tocó ser testigo de un incidente que puso en evidencia, precisamente, el patriotismo de los bajacalifornianos.
Era el mes de septiembre en que se generaliza la costumbre de colocar una bandera mexicana en la antena u otro lugar del automóvil. Este paisano estaba, como lo hacía a diario, por cruzar el puente internacional de Mexicali a la población de Caléxico, Cal., cuando un agente de migración o aduanas gringo, arrancó violentamente la pequeña bandera mexicana y la tiró al suelo en un arranque de odio racial que sólo un enfermo mental puede manifestar de tal manera. El paisano se bajó casi volando del vehículo y de un certero puñetazo derribó al autor de la ofensa. En unos cuantos segundos fue rodeado el sitio por quienes nos percatamos del incidente e indignados y dispuestos a todo en contra de las autoridades gringas, les reclamamos con gritos y actitud violenta pero, con mucho tino, el oficial en jefe, increpó al imbécil empleado en presencia de todos y lo obligó a levantar la bandera, colocarla nuevamente y pedir perdón a los ofendidos, (que éramos todos). Esos cachanillas, ¡Bravo por ellos!
                                                        -------------
Profundamente ensimismado en mis pensamientos, sin darme casi cuenta, llegamos a la hermosa Ensenada, extremo de nuestra pequeña gira iniciada en Mexicali. Esta ciudad y puerto, sobre la misma costa y al sur de Tijuana, nos deparaba el disfrute de un baño de mar, frío, puesto que frías están siempre esas aguas, en compañía de las toninas que frecuentemente juegan en la orilla de la playa.
“No hay plazo que no se cumpla” dice el refrán, y llegaba el momento de dejar la Baja California y mi feliz estancia radicado en la ciudad de Mexicali durante seis meses. Estos últimos momentos los estaba viviendo a plenitud. Me estaba despidiendo de estas tierras.
Lejos, muy lejos, me esperaban y requerían mis obligaciones habituales, que nada tenían que ver con el sentimiento del adiós. Los grandes afectos que gané, se agolpaban en mi pecho, mortificándome el pensar que en breve, ya no estaría.
De regreso a Mexicali, pasamos por la casa de la calle “F”, donde imaginé ver a mi esposa y mis dos pequeños hijos en la terraza, como los veía a diario al llegar de mi trabajo. Pasamos por los sitios, para mí familiares, de esta hospitalaria tierra. Añoré también Caléxico y El Centro en California (USA), pero esos inolvidables amigos que hicieron feliz mi estancia. ¡Que triste iba a ser no volver a verlos! La nostalgia ya me había invadido antes de la partida: los buenos ratos, las tertulias, el afecto, el cariño, el vacío de la futura ausencia, los ojos empañados y el adiós. Pasé a dejar a Francisco a su casa y después de un abrazo fraternal de despedida, partí con destino al otro extremo de la República Mexicana, a la tierra de mis abuelos mayas, que ya me esperaba con los brazos abiertos.
Transcurridos más de treinta años a partir de aquellos días, las imágenes de entonces siguen refrescando mis pensamientos.
¿Por qué debe quedarse atrás el tiempo, sin nosotros? El tiempo se detiene, pero nosotros, seguimos errantes por las llanuras del recuerdo.

                                                                     Dzunum

Cachanilla: flor del desierto

y sobrenombre afectivo de

los mexicalenses.