viernes, 24 de enero de 2003

Añoranza de Baja California,


                                                          Cervecería de Mexicali
Añoranza de Baja California
   Digna Región de México
                   (Anécdota)
Repasando recuerdos, vinieron a la mente los pormenores de una excursión breve que como despedida de la Baja California hice --acompañado de un entrañable amigo-- a partir del Cerro del Centinela de la ciudad capital de Mexicali.

Francamente un calor de 48 grados centígrados no es fácilmente soportable y menos subiendo cerros. Sin embargo la curiosidad nos dio fortaleza y escalamos como último esfuerzo los cinco metros casi en línea vertical del pequeño cantil, hasta alcanzar la entrada de una pequeña cueva en la que, buscando tesoros, solamente encontramos el cadáver de un coyote momificado. Como pudimos, bajamos a suelo firme y a punto de desfallecer por el intenso calor, apenas logramos entrar a la vieja camioneta y accionar el aire acondicionado que nos volvió a la vida.
Se cuenta en Mexicali que algunos revolucionarios de la División del Norte, enterraron en ese cerro una buena suma en oro acuñado y los que por ahí llegan a pasar, no se van sin antes dar una explorada al paraje. Naturalmente Francisco y yo no podíamos ser la excepción.
Prosiguiendo nuestro camino, nos enfilamos rumbo a la tranquila y risueña población de Tecate, que visitamos sólo por un rato para dirigirnos, ahora, hacia la súper internacional, aventurera y muy querida ciudad de Tijuana. Esta gran puerta de México hacia la enorme nación del norte, la cuestiona negativamente gran parte de mexicanos que se dejan llevar por lo que oyen y, ni siquiera han estado allá.
Tijuana es acogedora. La hospitalidad y desparpajo de su gente nos hace sentir en casa. Esta gran ciudad, que ya sobrepasaba en los tiempos de que estoy hablando, el millón de habitantes sin contar la población flotante, está enclavada exactamente en la línea fronteriza con EE.UU. sobre la costa noroeste de la península de la Baja California, constituyendo uno de los municipios del que fuera en otro tiempo llamado el “Estado 29” que en 1953 dejó de ser territorio federal, estrenándose en la gubernatura del Estado Libre y Soberano de Baja California Norte, el Lic. Braulio Maldonado Sández.
En estas tierras sí que se sabe de nacionalismo y estos mexicanos lo ostentan dignamente contra lo que se cree en el centro de nuestra República, donde se piensa que nuestros paisanos de la frontera viven con las costumbres gringas. No, ellos son precisamente un valladar gracias al cual no nos hemos convertido en algo así como portorriqueños (o puertorriqueños), como quisieran los mal nacidos que tanto daño hacen a México.
En aquellos días me tocó ser testigo de un incidente que puso en evidencia, precisamente, el patriotismo de los bajacalifornianos.
Era el mes de septiembre en que se generaliza la costumbre de colocar una bandera mexicana en la antena u otro lugar del automóvil. Este paisano estaba, como lo hacía a diario, por cruzar el puente internacional de Mexicali a la población de Caléxico, Cal., cuando un agente de migración o aduanas gringo, arrancó violentamente la pequeña bandera mexicana y la tiró al suelo en un arranque de odio racial que sólo un enfermo mental puede manifestar de tal manera. El paisano se bajó casi volando del vehículo y de un certero puñetazo derribó al autor de la ofensa. En unos cuantos segundos fue rodeado el sitio por quienes nos percatamos del incidente e indignados y dispuestos a todo en contra de las autoridades gringas, les reclamamos con gritos y actitud violenta pero, con mucho tino, el oficial en jefe, increpó al imbécil empleado en presencia de todos y lo obligó a levantar la bandera, colocarla nuevamente y pedir perdón a los ofendidos, (que éramos todos). Esos cachanillas, ¡Bravo por ellos!
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Profundamente ensimismado en mis pensamientos, sin darme casi cuenta, llegamos a la hermosa Ensenada, extremo de nuestra pequeña gira iniciada en Mexicali. Esta ciudad y puerto, sobre la misma costa y al sur de Tijuana, nos deparaba el disfrute de un baño de mar, frío, puesto que frías están siempre esas aguas, en compañía de las toninas que frecuentemente juegan en la orilla de la playa.
“No hay plazo que no se cumpla” dice el refrán, y llegaba el momento de dejar la Baja California y mi feliz estancia radicado en la ciudad de Mexicali durante seis meses. Estos últimos momentos los estaba viviendo a plenitud. Me estaba despidiendo de estas tierras.
Lejos, muy lejos, me esperaban y requerían mis obligaciones habituales, que nada tenían que ver con el sentimiento del adiós. Los grandes afectos que gané, se agolpaban en mi pecho, mortificándome el pensar que en breve, ya no estaría.
De regreso a Mexicali, pasamos por la casa de la calle “F”, donde imaginé ver a mi esposa y mis dos pequeños hijos en la terraza, como los veía a diario al llegar de mi trabajo. Pasamos por los sitios, para mí familiares, de esta hospitalaria tierra. Añoré también Caléxico y El Centro en California (USA), pero esos inolvidables amigos que hicieron feliz mi estancia. ¡Que triste iba a ser no volver a verlos! La nostalgia ya me había invadido antes de la partida: los buenos ratos, las tertulias, el afecto, el cariño, el vacío de la futura ausencia, los ojos empañados y el adiós. Pasé a dejar a Francisco a su casa y después de un abrazo fraternal de despedida, partí con destino al otro extremo de la República Mexicana, a la tierra de mis abuelos mayas, que ya me esperaba con los brazos abiertos.
Transcurridos más de treinta años a partir de aquellos días, las imágenes de entonces siguen refrescando mis pensamientos.
¿Por qué debe quedarse atrás el tiempo, sin nosotros? El tiempo se detiene, pero nosotros, seguimos errantes por las llanuras del recuerdo.

                                                                     Dzunum

Cachanilla: flor del desierto

y sobrenombre afectivo de

los mexicalenses.















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