Monet
(Día de la Marina 21 abril 2011)
Un Viaje Borrascoso
en el Recuerdo.
Rima Marina
¡Mar colosal
que me acogió en su bruma!
¡Fuente de vida
que engendró al planeta!
¡Extraño la caricia
de tu espuma!
¡Fuente de inspiración
para el poeta!
¡Báñame ya
porque el calor me abruma!
Dzunum
Debió ser por la segunda mitad del año de 1953.
Después de un año de vagar sin rumbo llevando a cuestas mi adolescencia, llegué a la Tierra del Mayab, (Yucatán), tierra donde nací, pero en la que no recordaba ni recuerdo haber estado en aquel tiempo (a los dos años de haber llegado al mundo). Tener que emigrar de mi terruño, con sólo esos dos años de nacido. ¡Ese era mi destino!
Pero hablamos del mar, y yo crucé el Golfo de México de Puerto Progreso al Puerto de Veracruz. ¡Fue entonces mi primer encuentro con el mar, aunque no exista en mi recuerdo!
Cuando tuve conciencia, me contaron que hicimos ese viaje en el año de 1936 en el barco “Emancipación” encerrados en lo más recóndito de la nave debido a que fuimos contagiados de paperas, que es un mal infeccioso y epidémico.
Pero, relataba yo, que, siendo adolescente y estando de vuelta en la tierra de mis abuelos mayas, tuve que abandonarla por segunda vez en mi vida a los pocos días de haber llegado y contra mi voluntad. Alguien dispuso que debía irme después de alojarme algunos días en el calor de su hogar. Esa misma persona me llevó en motocicleta de Mérida al Puerto de Chicxulub, cercano a Puerto Progreso.
Chicxulub, pequeño puerto en el norte de la Península de Yucatán, es en la actualidad un sitio mundialmente famoso, debido a la gran difusión de una teoría que afirma que allí cayó, proveniente del espacio sideral, un gigantesco meteorito que marcó el fin de una era terrestre y ocasiónó la extinción de los dinosaurios.
La embarcación que me llevaría estaba a punto de zarpar cuando llegamos al rústico muelle de Chicxulub y, después de aceptar el capitán la modesta cuota que le dio mi tutor improvisado a cambio de aceptarme como pasajero en cubierta con destino a Veracruz, transcurrido un rato, partimos.
La embarcación, aun cuando era chica y con escasas comodidades, era muy solicitada y es que desplazaba mayor velocidad que otros barcos, como el “Emancipación” el “Ana Karenina” y el cañonero “Querétaro”, que cursaban la misma ruta.
Ese pequeño barco, que al caer la tarde, me invitó a recostarme cansado sobre una tabla en cubierta y una gruesa soga a modo de almohada, se llamaba “La Flecha”.
En mis averiguaciones con la tripulación supe que “La Flecha” era una “motonave” con motor de submarino, de ahí tal vez, su constante “chaca chaca chaca” que atormentaba los oídos a cambio de la potencia de sus máquinas que la hacía una nave veloz.
Arrobado con la belleza del mar en un punto donde se mezclan el Golfo de México y el Mar Caribe, dí las gracias a un miembro de la tripulación que amablemente, interrumpiendo mis ensueños, me tendió un plato de carne molida con una porción de pan del que en mi tierra llamamos francés. En aquellos tiempos tan difíciles para mí, un platillo así, me supo a gloria y, hasta hoy, no olvido su apetitoso aroma y su exquisito sabor.
Dormía profundamente en mi improvisado lecho cuando me despertaron los truenos y la lluvia que fue haciéndose más y más intensa hasta convertirse en tormenta.
El “chaca chaca chaca” no cesaba. La luz de los rayos me permitía ver momentáneamente el mar embravecido que zamarreaba “La Flecha” como fiera a su presa. El capitán mandó un mensaje a los pasajeros:
“Nos encontramos cerca de Cayos Arcas y hacia allá iremos para fondear y pasar la noche en espera de la mejoría del tiempo borrascoso”Al parecer retrocedimos una distancia considerable para buscar el refugioen los islotes.
Ya entrada la madrugada anclamos, y sin el fuerte oleaje de altamar, disminuyó el vaivén del barco. Los motores fueron silenciados restableciendo un poco mis oídos y permitiendome distinguir con mayor claridad el ruido de la lluvia, del viento y de las olas.
Pude encogerme bajo el techo que rodeaba la fila de minúsculos camarotes para no mojarme y me cobijé con una lona seca que por allí encontré.
Desperté al amanecer con las voces de tres tripulantes de “La Flecha” que en una pequeña lancha de remos se alejaban dirigiéndose a la playa de uno de los Cayos Arcas.
Los Cayos Arcas son tres pequeños islotes de arena y arrecifes que se localizan a 130 kilómetros al oeste de la costa del estado de Campeche. Susuperficie total es de 22.8 hectáreas. Son parte del municipio deChampotón, pequeño puerto del estado mencionado. El islote central de Cayos Arcas tiene un faro de navegación pero ninguno de los tres se encuentra hasta la fecha habitado.
El viento había amainado y la lluvia se había convertido en llovizna y vi, con la muy tenue luz del amanecer borrascoso, que venía de regreso la pequeña lancha que llevó al islote a los tripulantes de nuestra “motonave con motor de submarino”. Observé que verdeaba el interior de la barquilla y es que los marineros traían una buena dotación de “verdolaga” (hierba comestible) y un cesto repleto de huevos de pájaro
“bobo”. Previsores los marinos, se abastecieron de alimento por aquello de que fuese necesario permanecer en los Cayos por largo tiempo.
Algo me dieron de desayunar bajo la incesante lluvia y, pensativo me senté asimilándome al paso de las horas y entreteniéndome con los espectaculares saltos de los peces voladores.
El tiempo (lluvioso y frío) siguió su marcha y el barco continuó fondeado.
De repente, una mujer que salió de su pequeña cabina, levantando la voz para que la escuchara el capitán gritó: ¡Tengo urgencia de llegar a Veracruz! ¿Por qué no nos vamos? El capitán visiblemente molesto se contuvo y su silencio fue la respuesta a la impertinencia de la pasajera. A través de los vidrios de la cabina de mando pude verlo gesticular y seguramente murmuraba gruesas palabras. Los miembros de la tripulación que por ahí se encontraban guardaronsilencio respetuosamente.
Pasadas algunas horas después del incidente, de nueva cuenta la misma pasajera, ahora acompañada de otros dos, subieron a la cabina de mando con actitud prepotente y reclamaron al capitán de “La Flecha” el porqué no proseguían el viaje, si el viento y la lluvia (a juicio de ellos) no parecían ser una amenaza. Esta vez el capitán, furioso ya por la necedad de los intransigentes pasajeros, sin poder contenerse, les contestó de mala manera: “Así que insisten en llegar pronto a Veracruz, bien, ¡Vamos a zarpar!” “Ahora van a saber porqué debíamos de seguir
aquí fondeados mucho más tiempo” Dicho esto por el capitán de “La Flecha”, se escuchó un nutrido aplauso que vino de los camarotes de parte de la mayoría de los pasajeros que gritaron a una sola voz:
¡Ya nos vamos!
Levada el ancla y encendidos los motores nuestra motonave reanudó su tedioso “chaca chaca chaca” y si acaso el Torrero de los Cayos Arcas alcanzaba a observarnos, habrá visto cómo nos perdíamos tan pronto en la bruma.
Volvimos a andar por el camino desandado, rumbo al poniente, navegando en nuestro muy mexicano Golfo. Conforme transcurríeron las horas el oleaje fue aumentando su agresividad, y la lluvia y el viento, por consiguiente. Las olas abofeteaban a “La Flecha”. Las puertas de las pequeñas cabinas de pasajeros se abrieron y se aporreaban sin que nadie al parecer pudiera asegurarlas. El agua se metió a los camarotes y los zapatos de los pasajeros comenzaron a desfilar y a danzar en la cubierta para irse irremediablemente al mar. No sólo fueron zapatos y chanclas lo que pasaba frente a mí sino prendas de ropa y monedas que salían rodando a gran velocidad. Por mi parte yo disfrutaba verdaderamente el mar sujetado al barandal de la borda, y todo mi cuerpo se sumergía para después emerger y sumergirme, y volver a emerger, así hasta el cansancio.
Después del vaivén que parecía llegar a ras del agua los costados de la cabina del capitán , la proa se elevaba como si fuera a volar, impulsada por el motor a toda máquina, por el viento y por las encrespadas y bravas olas.
Los gritos, quejas y llantos escapaban de los pequeños camarotes y se confundían con el ruido de las olas, de los motores, de la lluvia y el viento huracanado. Bañado por las olas y la lluvia, sujeto a un poste observaba yo el desastre con la débil luz de unas lámparas que milagrosamente se mantenían encendidas. Los pasajeros se dejaban ver con cara de desesperación y pánico asidos a sus literas para no caer al suelo. De pronto el cocinero y un ayudante hicieron su aparición como fantasmas, y, trastabillando con platos de comida en ambas manos, entraron a ofrecérselos a los pasajeros que con sólo ver la carne molida (que, por cierto, repetía por enésima vez como menú), varios de ellos inundaron de vómito el estrecho recinto. El mareo ya causaba estragos entre los viajeros de “La Flecha” y yo me quedé pensando si el llevarle comida a los mareados pasajeros era parte de su castigo por la necedad de forzar al capitán a navegar con tiempo tempestuoso. Estuve casi seguro de que así fue porque el cocinero y su ayudante entre cambiaron una leve sonrisa y unas palabras en lengua maya, que no entendí.
Contra el mareo no había medicamentos:
1.-O no existían en aquel tiempo. (1953)
2.- O no los llevaban consigo la tripulación ni los viajeros.
3.- O no hay remedio para tan terrible malestar.
Tan terrible malestar, sí, al grado que ocasionó que saliera una pasajera de su cabina corriendo, enloquecida por la insoportable sensación, con toda la intención de lanzarse al mar por la borda, pero gracias a la intervención afortunada de un valiente tripulante de nuestra “motonave” se evitó lo que pudo ser un trágico suceso.
En cuanto a mí, hasta entonces, seguía ignorando lo que sentían mis mareados paisanos y no obstante que saltaba y corría por la cubierta, no sentía malestar alguno.
¡Usted, lector de esta breve anécdota! ¿Ha sufrido el mareo en altamar en plena tormenta?
Si los pasajeros hubieran sido sensatos cuando el capitán dispuso quedarnos en Cayos Arcas fondeados, hasta que el mal tiempo terminara, no estuvieran sufriendo la pesadilla del miedo, del peligro, de las inclemencias de la borrasca, y del mareo.
La noche (tercera del viaje) pareció eterna. Los lamentos y quejidos no dejaron de escucharse hasta muy entrada la madrugada. La tormenta, si no cesó, sí la fuimos dejando lentamente tras de nosotros. Al amanecer, ya sin lluvia y sin viento fuerte, “La Flecha” incesante, cortaba el mar añorando la costa para descansar sus máquinas. Algunos pasajeros salieron a cubierta luciendo rostros pálidos y demacrados tratando de encontrar sus zapatos en cubierta. La costa ya se divisaba a lo lejos y era hora de ir preparándose para llegar a tierra. El cocinero me obsequió un vaso de café con leche y un pan dulce y le expresé mi sincero agradecimiento. Fue la única persona que alguna ocasión me dirigió la palabra durante el viaje
Yo me sentía feliz. Ya tenía una aventura marina que relatar aunque nunca me imaginé que vendría a hacerlo casi sesenta años después, como lo estoy haciendo ahorita. Mi vida ha sido larga y me lo permitió.
Al llegar a tierra y pisar el muelle del hermoso Puerto de Veracruz, estuve a punto de caer de bruces. Mis pernas no me sostenían y mi cerebro se movía con el mismo vaivén de “La Flecha” en plena tormenta: de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, sin cesar. ¿Porqué me pasa esto? me pregunté, si ya bajé del barco. La terrible sensación del mareo me atacó entonces y supe lo que habían sentido los pasajeros intransigentes durante largas horas de navegación. Permanecí en el muelle muchas horas, sentándome, parándome y cuando ya me fue posible, me fui caminando hasta la estación del ferrocarril donde pude viajar de polizonte hasta la ciudad de México, D.F.
Pocos años después de mi pequeña aventura en el Golfo de México, me enteré por la prensa que “La Flecha” había naufragado muriendo toda o casi toda su tripulación, hecho que me conmovió de todo corazón.
Esta breve anécdota no tiene fantasías. Está relatada tal y como la viví o como se grabó en mi memoria.
(Dzunum)
Monet